lunes, 21 de septiembre de 2009

Los músicos y él...

Desde mi balcón veo a los músicos, sé los nombres de cada uno de ellos, pero el del violín, aquel joven que parece un delicioso espagueti, es nuevo y es quien me interesa… Es maravilloso lo que le puede sacar a su instrumento, pero me asombra más cómo me abraza su melodía.

El director pide silenciar la música, mueve nuevamente la batuta y reinician el repertorio de esta noche, ninguno de ellos sabe que los observo, mucho menos él. Nuevamente me fijo en el director, quien le exige al grupo lo mejor, hace gestos y mueve sus manos con gran energía y autoridad.

Todos asumen su labor con seriedad y sin manifestar otra cosa que la concentración que tienen en su maestro y en el respeto por su interpretación, pero él… Él no, él es un niño que sabe jugar con su bendito instrumento, sin profanarlo lo toca con alegría y sensualidad. Se llenan de euforia los dos amigos, el violín y él, parecen sonreír y rematan con perfección su melodía.

Aún no saben que estoy en este balcón, porque miran al público y no ven a nadie. Precisamente porque no estoy en el auditorio, mi cuerpo no está allí… Sólo mi mente puede viajar hasta donde él está, y aunque todavía no sé su nombre lo seguiré a cada rincón del mundo a donde vaya a abrazarme con su melodía.

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