lunes, 14 de septiembre de 2009

Dos horas en el Daniel Casas

Había estado planeando, desde algún tiempo atrás (casi dos meses), permanecer cerca de este edificio. ¿Para qué? Tomo el atrevimiento de reservarme esa información. Pero ese lunes, cuando el sol se alistaba para despedirse de este lado del mundo, miré alrededor y me enteré de que ese edificio que diariamente destila melodías de aprendices se llama Daniel Casas. Mas decido no permanecer allí afuera (Por estos días ha estado lloviendo mucho y no quiero que se moje la cámara Sony de 9.1 Mega píxeles que me prestó, ese mismo día, una amiga); así, cruzo la puerta y asciendo por las escaleras hasta el segundo piso, pensaba subir hasta el último piso (el tercero) pero una reja entre las siguientes escaleras y yo se interpuso. Me detuve, entonces en el segundo piso y vi en el piso un asiento para mí.

A mi lado derecho pongo la bella cámara fotográfica y a mi lado izquierdo mi mochila. Mis oídos se dan cuenta de las voces humanas, que resultan susurros tormentosos por la distancia. Además, oigo las voces de un piano, dos violines y algunas baterías. Estas últimas voces se silenciaron un instante para darle escenario al trombón que saludaba desde afuera.

Cerré mis oídos y abrí mis ojos. Me di cuenta de que la gente en el Daniel Casas es algo distinta porque no pueden caminar sin dejar de hacer “música”, bien sea con sus labios, bien, con sus manos.

Estaba pensado en esto, cuando pude oír los violines muy cerca, tal vez estaban en el segundo salón, por el lado izquierdo de donde estoy sentada (preferí dejarme guiar por mi sentido de la audición en vez de mi visión, por eso no preciso). Ellos se mantienen en unas mismas “tres” notas, pero subieron, subieron y subieron más, al punto de parecerme aquello un llanto agónico en medio de una soledad femenil. Me imaginé a una mujer desaliñada, gritando en su habitación oscura. De repente, mientras aún ambientaba la escena, cruzó por mi frente una sombra, era un joven que traía un cigarrillo en la mano izquierda, se sentó a mi lado derecho y sacó de su maleta un periódico que no vi mal, se llama 15. Él sigue fumando mientras aparenta leer (lo creí así porque pasa muy rápido las páginas, tal vez sólo lee las imágenes y los titulares).

¡Qué incoherencia! La batería del primer piso estaba enloquecida de alegría, con euforia repetía una y otra vez una misma melodía corta, pero a cada nuevo reteñir la velocidad aumentó; mientras tanto los violines seguían plañendo, la trompeta de afuera sube por la escala musical y un clarinete trata de aclarar su voz.

Oí nuevamente el silencio musical que no duró nada y tras haber aclarado sus sentimientos los violines dejan salir de sí una melodía serena.

Alguien subió al segundo piso y, como los otros que han subido antes y los que subirán después, saluda con un alegre silbido. Miré a mi derecha y pude leer un titular: “Planeación vial frena crecimiento”, pienso y no me imagino de dónde o de quiénes será este periódico.

Me dispuse a ponerme en pie cuando salieron unos estudiantes que por sus preguntas supe que habían recibido notas. ¿Cómo te fue? ¿Lo pasaste? ¿Qué nota sacó? Y otras preguntas de carácter similar se lanzaron unos a otros. Sólo pienso en lo chismosos que somos los humanos, ellos estaban averiguando sus calificaciones y yo estaba prestando a tención a conversaciones, sin ser invitada.

Escribí en esos momentos algunas ideas captadas y sin darme cuenta asumí la velocidad de una batería del segundo piso, sonaba por mi derecha, iba muy rápido y no pude seguirla. Frené en seco y suspiré como si hubiera sido yo quien descansara sus manos y pies.

Levanté nuevamente mi vista para sentirme extranjera, los estudiantes que aún permanecían en el pasillo me miraban como diciéndome: ¿Usted de dónde es? ¿Espera a alguien? Para mi tranquilidad evadí las miradas y le presté atención a un saxofón y a un clarinete que sonaba a fuera. Se oían muy bien.

Alguien pronunció el nombre Daniel, miré alrededor por si llegaba a ver a uno que trabaja en esta escuela. Pero… ¿Cuántos Danieles pueden existir en esta escuela? Si hasta el nombre del edificio es Daniel. Sin embargo, seguí mirando la puerta por la que salieron los estudiantes preguntones, con la única inquietud de que quizás saldría algún conocido. Pero NO, no salió nadie que conociera mi nombre.

Recordé a los instrumentos que dejé olvidados en la profundidad de mis pensamientos. Estaban ensimismados sin darse cuenta de que construían una gran torre de Babel con sus divergentes ritmos. Mas en medio de esa torre mis oídos vieron o, mejor, reconocieron una batería particular. Supe que eran las improvisaciones de Leonardo, aunque no sé, perfectamente, cómo toca pude haber ganado una apuesta de que era él, el baterista de Sincopa Jazz Band.

La señora que subió haciendo sonar estrepitosamente sus zapatillas blancas me sacó de mis pensamientos y se alejó rápidamente de mi campo auditivo.

Ya había transcurrido bastante tiempo, ¿cuánto? No lo sé, pero sí supe que era le suficiente para sentir dormidos mis glúteos. Me levanté y asomé mi cuerpo por le balcón; abajo estaba el joven del clarinete, tocó unas notas, paró e intentó de nuevo. La melodía que le sacó a su instrumento me dio la sensación de un barco de vapor que se aleja.

Pensé que debería hacer lo mismo que el barco de mi imaginación, pero miré el piso, hacia le lado derecho vi la cámara que me guiñaba el obturador. Atendí sus insinuaciones y la tomé en mis manos para empezar a disparar, di una vuelta por el pasillo, pero no entré a ningún cubículo, ¿para qué distraer a algún artista?

Llegué al punto de partida y apagué la cámara, ya estaba oscureciendo y esa era una señal para ir a mi edificio, tenía clase a las seis. Así que, respiré profundo y dejé salir todo el aire tomado, había cumplido mi deber. Limpié la pantalla y tapé el lente de la cámara. Miré hacia mi izquierda, pues vi una sombra que se aproximaba, era Leonardo. Nos saludamos y me dijo que él había estado tocando en uno de los cubículos de la parte izquierda. Hablamos un poco de mis gustos artísticos y de los de él mientras recogía mis cosas. Finalmente salí del Daniel Casas, sin un Daniel pero sí con un Leonardo.

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