martes, 22 de septiembre de 2009

Crónica: Visita a mi profesor de Español

Casi nunca me levanto tan temprano, pero hace unos días debí hacerlo… Era irremediable, tenía que ir al colegio en el que hice mi bachillerato y reencontrarme con mi profesor de la asignatura de español, con quien hace más de tres años no tengo contacto. Él es alto, delgado, de vez en cuando se deja el bigote, camina con pasos largos y lentos; le encanta la materia que enseña y quizás sea uno de los pocos docentes que aún preserven esta virtud.

Cuando llegué al colegio muchos profesores me saludaron, aunque no todos por mi nombre o mi apellido, y aunque no me lo esperaba, algunos rostros expresaban alegría, tal vez la de sentir que una ex alumna no se había olvidado de ellos, que los iba a visitar… Lo que no sabían ellos era que yo sólo había llegado para hablar con Fanor.

Pregunté por él al coordinador y me dijo que estaba medio dormido en la sala de profesores, así que me dirigí hasta aquel salón con la intensión de despertarlo. Llegué y al verlo tratando de recobrar el estado de vigilia recordé aquellas clases en las que mi profesor “pescaba”, como decíamos entre mis compañeras, mientras nosotras hacíamos algún taller. Regresé de mis divagaciones justo a tiempo, pues él había notado mi presencia y tras un sorbo de agua se puso en pie.

Me saludó muy amable y me preguntó por mi mamá, él la había conocido a ella primero, cuando enseñaba en el bachillerato nocturno; así que le comenté que ella estaba bien, trabajando, y antes de que me preguntara que yo qué estaba haciendo, le conté que estaba estudiando Licenciatura en Español y Literatura. Con una risa, casi burlona, me dijo que si él me había dado tan mal ejemplo. Debido a semejante comentario, le contesté que sí, que él tenía un poco de culpa, así como la profesora Sabina, mi padre y mis lecturas. Además, para cambiar de tema le confesé que tenía muy fija en mi memoria la mañana que nos pidió al grupo de 11-03 que siguiéramos una historia que él comenzaría. Era algo de caos, de techos de conventos, de una burra, de Matusalén… En fin, lo que tengo claro es la maravillosa sensación de crear un escrito, que en ese momento llamé cuento. En ese momento el profesor se echó a reír nuevamente y me preguntó que si eso que yo decía era cierto, le contesté que sí y las risas continuaron.

Mientras él disfrutaba de sus pensamientos, que sólo él sabrá cuáles fueron, yo pensaba: ¿Será que el primer requisito para ser profesor de Español y Literatura es estar loco? Cuando él recuperó la cordura, le pregunté por mis antiguos profesores que aún no había visto por ahí. Por esto, me contó que a unos los habían trasladado, a otros los habían pensionado definitivamente, a otro lo habían echado por chismes y que los otros seguían dando clase en ese colegio. Y aunque él tiene las horas contadas, las disfruta al máximo.

Fanor miró su reloj y me dijo que tenía clase en un salón de 10º; sin pensarlo dos veces le pregunté que si lo podía acompañar, que me gustaría ver una clase de él con aquellos jovencitos totalmente distintos a los de mi época de bachiller. Él asintió con la cabeza, dirigió sus pasos a la puerta de la sala de profesores y nos encaminamos por las escaleras hasta el cuarto piso. Tal como lo había imaginado durante el recorrido, el salón de clase era una plaza de mercado, que si no estoy equivocada, comercializaba un resumen de la novela “La tía Tula” de Miguel de Unamuno. Pero mi profesor no le dio importancia a la situación, entró como si nada, se sentó en su pupitre, y se volvió a levantar al instante, como recordó mi presencia me presentó al grupo como una ex alumna, estudiante de la UIS. Los gestos de los estudiantes cargados de comentarios no se hicieron esperar.

Fanor me cedió su puesto y, acto seguido, pidió los trabajos; sus alumnos se pararon a entregarlo, obviamente no todos se pusieron en pie, pero lo que todos sí hacían era mirarme como preguntándose: “¿Qué hace usted en el colegio? ¿Por qué la trajo el profesor al salón?” Pero yo traté de desarmarlos con una sonrisa, esto permitió que unos cuantos se acercaran a preguntarme qué estudiaba en la UIS y el porqué estaba allí, para la tranquilidad de ellos contesté sus inquietudes. En ese momento pasó por el frente del salón la profesora Sabina y tan pronto me vio su rostro se iluminó con una sonrisa, confieso que me conmovió ver semejante manifestación de cariño que vino acompañada de abrazo y beso.

Después de cruzar un par de palabras con mi profesora de Artística de los primeros años del bachillerato y de Español en el grado de 9º, miré la hora y tuve que decirle tanto al profesor Fanor como a la profesora Sabina que estaba agradecida por el tiempo que se habían dejado robar por mí y por ser tan atentos, pero que tenía que irme. No pude salir del colegio sin despedirme de todos los profesores, secretarias, bibliotecaria y coordinador; además de prometerle a Fanor que le llevaría a mi mamá saludos de su parte.



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